Padre Pío de Pietrelcina


Francesco Forgione, quien sería conocido en la posteridad como el Padre Pío, nació en la localidad de Pietrelcina, en la Campania italiana, en 1887. Desde niño sintió una profunda vocación religiosa y a los 16 años fue aceptado como novicio en el convento de los frailes capuchinos en Morcone. En agosto de 1916 fue ordenado como sacerdote en la catedral de Benevento y posteriormente fue enviado al convento de San Giovanni Rotondo, en la provincia de Foggia, donde vivió hasta su muerte en 1968.
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El niño Francesco comenzó desde muy pequeño a tener visiones místicas (su madre relataba que cuando niño él aseguraba que podía hablar con su ángel guardián y el de otras personas, algo que para él era algo tan natural que pensaba que todo el mundo podía hacerlo). El 20 de septiembre de 1918, mientras acababa de terminar el rezo de la Liturgia de las Horas, el padre Arcángel, uno de los religiosos que lo acompañaba en ese momento, se percató que las manos del Padre Pío estaban sangrando. Con aire preocupado, le preguntó: “¿Se ha herido?”. Con el rostro desencajado y el paso vacilante, el Padre Pío se presentó a su Superior, quien al verlo quedó petrificado. Además de las manos y los pies, también el costado de su cuerpo sangraba profusamente. Lo increíble era que la sangre no coagulaba y, además, emanaba un agradable perfume a flores (el denominado “olor a santidad”). El Superior enseguida puso al tanto de la situación al Padre Provincial, aunque la noticia no duró mucho tiempo oculta. Miles de personas comenzaron a llegar al convento a ver al “santo”, para confesarse con él o escucharlo celebrar la Santa Misa. La Santa Sede ordenó intensificar el estudio médico y sustraer al Padre Pío de la curiosidad popular, por lo que se le prohibió celebrar misa en público y confesar. El Padre Pío, obedeciendo la orden, vivió durante mucho tiempo una vida perfecta de claustro y bajo las órdenes de los médicos, que no encontraron las causas naturales de sus heridas.

Los estigmas pasionarios de Jesucristo acompañarían por el resto de su vida al Padre Pío hasta el día de su muerte, a los 81 años. Por ello, cuando confesaba o hacía misa, llevaba las manos cubiertas con guantes o vendas, aunque en algunas ocasiones eran sus mismos superiores los que le pedían que descubriera sus manos para que los estigmas pudieran ser fotografiados.
Además de sufrir los estigmas pasionarios y desprender el “olor a santidad”, una fuerte fragancia de flores que se podía percibir en su presencia, los acólitos del padre Pío aseguraban que éste tenía otros dones como la clarividencia y discernimiento extraordinario o capacidad de leer las conciencias, don que utilizó frecuentemente durante el ministerio del sacramento de la confesión; la curación de enfermedades mediante el poder de la oración; la levitación o poder de suspenderse por sí sólo en el aire; la xenoglosia o facultad de hablar varios idiomas; la bilocación o la capacidad de estar en dos lugares al mismo tiempo; y la capacidad de ver apariciones de ángeles, demonios, personas fallecidas, la Virgen María y Jesucristo.
Figura controvertida
Los milagros del Padre Pío fueron objeto de numerosas investigaciones. En el período comprendido entre 1924 a 1931, de hecho, la Santa Sede hizo varias declaraciones negando que los acontecimientos en la vida del padre Pío se debieran a alguna causa divina. Y en un momento dado, como se mencionó anteriormente, se le impidió públicamente el desempeño de sus deberes sacerdotales, como el confesar y dar misa. El padre médico y psicólogo Agostino Gemelli, enviado por el Vaticano para investigar el caso, afirmó que sus estigmas “eran de origen neurótico”. Por temor a disturbios locales, un plan para transferir al padre Pío a otro convento fue abandonado por temor a los disturbios que se pudieran producir y un segundo plan fue cancelado cuando una manifestación organizada por sus acólitos estuvo a punto de desbordarse.
Como consecuencia de esto, el Padre Pío pasó 10 años ―de 1923 a 1933― aislado completamente del mundo exterior. El Papa Pío XI ordenó a la Santa Sede que se revirtiera la prohibición de la celebración de misa y confesión, mientras que el Papa Pío XII, quien asumió el papado en 1939, animó a los devotos a visitar al religioso, que fundaría por esta época la “casa de alivio al sufrimiento”, un hospital para curar a los enfermos tanto desde el punto de vista espiritual como físico.
El papa Juan XXIII, por el contrario, después de atender algunas denuncias que aseguraban que el Padre Pío falsificaba sus milagros, provocaba sus estigmas con ácido nítrico y usaba agua de colonia para crear el «olor de santidad» que lo hacía famoso, le prohibió decir la misa en público, publicar sus populares oraciones, recibir visitas y hablar con mujeres en privado. El papa Pablo VI, que reemplazó a Juan XXIII tras su muerte en 1963, negó las acusaciones de su antecesor y reivindicó la figura del Padre Pío. El papa Juan Pablo II, finalmente, lo consagraría como santo en el año 2000.
Los asombrosos milagros del Padre Pío
Con respecto a las bilocaciones del Padre Pío o su capacidad de estar en dos lugares a la vez, existen testimonios bastante fidedignos. El Cardenal Merry del Val contó al Papa Pío XII que una vez había visto al Padre Pío, que se encontraba enclaustrado como siempre en su capilla de San Giovanni Rotondo, rezando en San Pedro frente a la tumba de San Pío X, el día de la canonización de Santa Teresita. El Papa entonces le preguntó al Beato Don Orione qué pensaba del asunto, a lo que éste respondió: “Yo también lo vi. Estaba arrodillado rezando a San Pío X. Me miró sonriente y luego desapareció”.
En otra oportunidad, Monseñor Damiani, un obispo uruguayo, fue a San Giovanni Rotondo a confesarse con el padre Pío. Luego de hacerlo se quedó unos días en el convento. Una noche se sintió enfermo y llamaron al Padre Pío para que le diera los últimos sacramentos. Éste tardó mucho en llegar y cuando lo hizo le dijo: “Ya sabía yo que no te morirías. Volverás a tu diócesis y trabajarás algunos años más para gloria de Dios y bien de las almas”. “Bueno”, contestó Monseñor Damiani, “me iré pero si usted me promete que irá a asistirme a la hora de mi muerte”. El Padre Pío le contestó: “Te lo prometo”. Monseñor Damiani volvió al Uruguay y trabajó durante cuatro años en su diócesis. En el año 1941, cuando Monseñor Alfredo Viola festejó sus bodas de plata sacerdotales, hacia la medianoche el Arzobispo de Montevideo Antonio María Barbieri se despertó al oír que alguien golpeaba a su puerta. Cuando abrió, apareció un fraile capuchino que nunca había visto y que le dijo: “Vaya inmediatamente a ver a Monseñor Damiani. Se está muriendo”. Monseñor Barbieri fue corriendo a la alcoba de Monseñor Damiani, justo a tiempo para que éste recibiera la extremaunción y escribiera en un papel las siguientes palabras: “Padre Pío..” aunque no pudo terminar la frase. Esa noche, por cierto, fueron muchos los testigos que vieron a un desconocido padre capuchino caminando por los corredores. En 1949 Monseñor Barbieri fue por primera vez a San Giovanni Rotondo y, con estupefacción, cuando vio al Padre Pío reconoció en el religioso al capuchino que había visto aquella noche, a más de diez mil kilómetros de distancia. El Padre Pío, por supuesto, no había salido en ningún momento de su convento. Hoy día, en Uruguay, hay una gruta que recuerda esta bilocación, la misma donde el Padre Pío supuestamente ha hecho varios milagros.
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También es famoso el caso de un comandante general de las Fuerzas Aéreas Americanas que, en plena Segunda Guerra Mundial, mientras éstas se encontraban acuarteladas en la ciudad italiana de Bari, en el sur de Italia, ordenó a un escuadrón de bombarderos que arrasaran un depósito de material de guerra alemán supuestamente localizado cerca de San Giovanni Rotondo. Sin embargo, cuando los aviones se encontraban cerca del blanco, sus hombres y él aseguran que vieron en el cielo a un monje con las manos alzadas. Las bombas que habían dejado caer cayeron finalmente en los bosques, mientras los aviones invertían por sí solos su curso. Después de la fallida misión, todos se preguntaban quién era ese monje a quién los aviones habían obedecido. Posteriormente, alguien le contó a este general que “en San Giovanni Rotondo había un monje que hacía milagros”. Una vez terminada la guerra, el general fue al convento de los Capuchinos acompañado de varios pilotos. Una vez que entró en la sacristía, el general se encontró delante de varios monjes. Entre ellos, reconoció de inmediato al monje que había detenido sus aviones. Era el Padre Pío, quien, al verlo, caminó hacia él y le dijo: “¿Usted es quien quiso matarnos a todos nosotros?”. Aturdido y conmocionado por la mirada y por las palabras del Padre, el general se arrodilló delante de él. Como de costumbre, el Padre Pío le había hablado en dialecto italiano, pero el militar aseguró posteriormente que el monje le había hablado en inglés. Después de este episodio el general y sus compañeros, todos protestantes, se convirtieron al catolicismo.
El padre Ascanio, uno de los hermanos del padre Pío en su parroquia de San Giovanni Rotondo, relató una vez que “nosotros estábamos esperando al Padre Pío que tenía que venir a confesar a los penitentes. La Sacristía estaba llena de gente y todos estábamos pendientes de la puerta para ver cuando entrara. La puerta estaba cerrada y de repente vi al padre Pío que caminó sobre las cabezas de las personas, dirigiéndose luego hacia el confesionario. Posteriormente desapareció y después de algunos minutos comenzó a confesar. Yo no dije nada porque pensé que estaba soñando, pero cuando me lo encontré le pregunté: “Padre Pío ¿Cómo usted ha logrado caminar sobre las cabezas de las personas? “. Su respuesta fue bastante cómica: “Puedo asegurarte, hijo mío, que es igual que caminar en el suelo…”
Los campesinos de San Giovanni Rotondo recuerdan también que una vez, mientras esperaban con impaciencia que florecieran los árboles de almendras en primavera para obtener una buena cosecha, llegó una plaga de voraces orugas que devoraron las hojas y las flores de este fruto. Después de varios días de intentar detener esa invasión, los campesinos, preocupados por la ruina económica que se les avecinaba, le pidieron al Padre Pío que los ayudara. El sacerdote, que tenía una hermosa vista de los árboles frutales a través de su ventana en el convento, se puso las sagradas vestiduras y empezó a orar. Cuando terminó, tomó el agua bendita e hizo la señal de la Cruz en el aire, en dirección a los árboles. Al día siguiente no sólo las orugas habían desaparecido, sino que los árboles de almendras tenían nuevamente los retoños de sus frutos, lo que fue la antesala de una cosecha abundante.
En otra oportunidad, en una tarde de verano, mientras el Padre Pío disfrutaba de una jornada de conversación con varios religiosos en el jardín de su convento, donde abundaban todo tipo de árboles, muchísimos pájaros comenzaron a cantar y a hacer un gran ruido a la sombra de los árboles. El Padre Pío, incómodo por la sinfonía de sonidos de las aves que le impedía escuchar lo que decían sus hermanos de congregación, mirando a los pájaros les dijo: “silencio “. En ese mismo instante, los pájaros, los grillos y las cigarras quedaron en el más absoluto silencio. Las personas que estaban en el jardín quedaron estupefactas porque el Padre Pío les había hablado a los pájaros, tal como lo hacía San Francisco.
Además de estos increíbles testimonios, se cuentan una infinidad de anécdotas que grafican no sólo la capacidad de hacer milagros del padre Pío, sino también su sagacidad y buen humor. Un humilde y devoto trabajador de Roma, oyendo de los milagros del Padre Pío, deseaba ir a su convento para conocerlo. Pero había un ligero inconveniente. Una banda de ladrones estaba merodeando su barrio, lo que le impedía dejar su casa sola. Así las cosas, el hombre hizo el siguiente pacto mental con el sacerdote: “Padre, yo iré a visitarte si tú me cuidas la casa…”. Una vez que el hombre llegó a San Giovanni Rotondo, logró conocer al Padre Pío y confesarse con él. Al día siguiente, cuando fue de nuevo a saludarlo, el Padre Pío, en tono de broma, lo reprendió: “¿Aún estás aquí? ¡Y yo que estoy sudando tinta para sostenerte la puerta!”. El hombre se puso en marcha de inmediato, sin haber comprendido qué había querido decirle el religioso. Cuando llegó a su casa comprendió todo: Habían forzado la cerradura de su casa, pero los ladrones no habían logrado abrir la puerta.
En otra oportunidad, un sacerdote argentino que había oído hablar mucho sobre los famosos consejos del Padre Pío, decidió viajar desde su país a Italia con el único objeto de que el padre le diera alguna recomendación útil para su vida espiritual. Cuando llegó a Italia, se confesó con el Padre Pío, pero éste, después de bendecirlo y darle la absolución, lo despidió sin darle ningún consejo. El padre llegó a Argentina bastante desilusionado, por lo que comenzó a desahogarse contando el episodio a todo el mundo. “No entiendo por qué el padre no me dijo nada”- les decía- “Y yo que crucé el Atlántico sólo para eso. Se supone que el Padre Pío lee las conciencias y sabía que yo había ido con la esperanza de que me diera alguna recomendación para mi ministerio”. Así se quejaba, una y otra vez, hasta que uno de sus fieles le preguntó: “Padre, ¿está seguro que el padre Pío no le dijo nada?¿no habrá hecho algún gesto, algo fuera de lo común?”. Entonces el sacerdote se puso a pensar y, finalmente, recordó que el Padre Pío sí había hecho algo un poco extraño. “Me dio la bendición final haciendo la señal de la cruz sumamente despacio, tan despacio que yo pensé: ¿es que no va a acabar nunca?”, le contó a su acólito. “¡He ahí el consejo!”- le dijo éste- “Usted hace la señal de la cruz tan rápido que cuando nos bendice más que una cruz parece que estuviera formando un garabato”.
El santo más popular de Italia
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El 20 de septiembre de 1968 el padre Pío cumplió 50 años sufriendo los estigmas pasionarios, por lo que se celebró una misa multitudinaria en su capilla de San Giovanni Rotondo. Sus fieles ubicaron alrededor del altar 50 grandes macetas con rosas rojas, simbolizando su medio siglo de sangre. Tres días después, a los 81 años, el padre Pío falleció y su funeral fue tan multitudinario (llegaron más de 100 mil personas) que tuvieron que pasar cuatro días para que la multitud de personas pasara a despedirse. La tarde anterior al día de su muerte, el padre Pío realizó su última bilocación, pues mientras estaba en su lecho de muerte fue a “saludar” a Génova a un amigo religioso que acababa de accidentarse por una caída. Se cuenta que cuando una religiosa entró a la pieza de este religioso para llevarle una taza de té, sintió un fuerte perfume de flores que inundaba todo el entorno. Al preguntarle sobre el origen de la fragancia, el cura le contestó: “Es el Padre Pío que ha venido a saludarme y me ha dado su último adiós.”
El 16 de junio de 2002 el religioso capuchino que sufría los estigmas de Jesucristo, podía flotar en el aire y estar en dos lugares a la vez, leer las conciencias de sus acólitos, hacer florecer a los almendros y callar a los pájaros, fue canonizado bajo el nombre de san Pío de Pietrelcina. Su cuerpo, que pese al paso del tiempo permanece incorrupto en una urna de cristal en el santuario de Santa María de la Gracia, en San Giovanni Rotondo, fue expuesto a pública veneración en 2008. Hoy, San Pío de Pietrelcina, el santo más venerado de Italia, es conocido en la península simplemente como “el santo de la gente”.

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