Noi ragazzi della Puglia







El Centro Pugliese de Bahía Blanca y Región informa que finalizó con óptimos resultados, el Seminario “Noi i ragazzi della Puglia”, que se realizó del 11 al 18 de julio de 2008, en la ciudad de La Plata y conto con la participación de miembros de la AGEP (Associazione Giovanile per l´Emigrazione Pugliese) procedentes de Italia y jóvenes descendientes de puglieses en Argentina, con representación de gran parte de las provincias. En el encuentro se establecieron lazos entre los puglieses y sus descendientes en Argentina, se comentaron y expusieron aspectos típicos de la cultura de la región Puglia y se discutieron los principales problemas que afrontan las asociaciones italianas en nuestro país logrando conclusiones y herramientas que contribuyan a la integración de diferentes generaciones en dichas instituciones.
En la actividad participaron delegados juveniles de asociaciones puglieses de diferentes puntos de Argentina: Natalio Battaglia de la Asoc. Pugliese de Buenos Aires; Natalia Capurso y Federico Vitale del Centro Pugliese de Bahía Blanca y Región; Marcelo Fortunato del Centro Pugliese Marplatense; Sebastián Chinigo de la Asoc. Pugliese de La Plata ; Esteban Lamontanaro de la Asoc. Pugliese de Tucumán; y Paula Ordoñez Zaccaría de la Asoc. Flia. Pugliese de Mendoza. También estuvieron presentes representantes de otros círculos italianos como sicilianos, abruzzeses, marchigianos, campanos y un delegado del AFIE (Associazione Figli d'Italiani All'Estero).

Una historia a la medida del sastre

Marzo de 1957.

Había llegado el día de la despedida. Desde la ventanilla del colectivo, Leonardo Coppolella alcanzó a ver a su padre, Bartolomeo, quien apoyado en un bastón y ya enfermo, agitaba su mano en la estación de Castelluccio Valmaggaiore, un pueblito en la provincia de Foggia.
Más allá del tiempo y la distancia, esa imagen jamás podrá borrarse de la memoria del sastre.
"Papá estaba en un rincón...", alcanza a decir Leonardo, tratando de contener sus lágrimas.
Días más tarde, el 19 de marzo de 1957, el tanito salió desde el puerto de Nápoles en busca de un futuro mejor y con su oficio de sastre a medida aprendido con uno de sus vecinos.
"Como mi padre era peluquero, Juan, mi hermano mayor, estaba comenzando a cortar el pelo, así que él me sugirió que me ofreciera como aprendiz del sastre que vivía al lado de mi casa. La idea no me entusiasmó demasiado. Tuve días en los que no quería acercarme al taller, pero estaba muy controlado, así que no me quedó otra, y empecé a conocer la confección de trajes a medida. Antes, un oficio se aprendía con mucho respeto", advierte. Con sus vitales 75 años cumplidos en agosto, Leonardo regresa al escenario de aquellos primeros capítulos en una Italia que, aún herida por la Segunda Guerra Mundial, procuraba reconstruirse. Allí, con su emprendedora adolescencia, puso su primera sastrería. El trabajo no tardó en llegarle. En ese entonces, todo se hacía en forma artesanal: solapas, cuellos y "unir la vista de piel con el forro" exigían máxima dedicación.
Mientras tanto, otro hermano, quien ya estaba en la Argentina, trataba de convencer a toda la familia para que se viniera a la prometedora América. "Como una de mis hermanas mayores tenía problemas de salud, mis padres no quisieron dejar su país, pero me alentaron a que yo lo hiciera. En el pueblo había gente que hablaba maravillas de la Argentina y me decían que se podía progresar. Y me decidí a emprender la aventura".
Sueño americano
El 9 de abril de 1957, con sus valijas llenas de esperanzas, Leonardo pisó Buenos Aires. Atrás quedaba el inmenso mar que lo separaba de sus más íntimos afectos.
"Hacía dos días que los recolectores de basura estaban de huelga, `¿y esto qué es? ¿Adónde me vine?'", me repetía mientras caminaba entre los desperdicios desparramados en las veredas".
De todos modos, su destino lo esperaba en Bahía Blanca, en la casa de Alvarado al mil, donde estaba su hermano Adolfo.
"Ese mismo mes de abril comencé a trabajar por mi cuenta. Tuve un encuentro con el señor Delfi, quien se dedicaba a la reforma de sacos cruzados a derechos. Enseguida me aceptó, pero yo cumplía sus encargos en mi casa. Cuando entregué el primero, reparó si había puesto el hilo derecho. Y me preguntó: '¿Usted es sastre?, porque yo no lo soy. Sólo tomo el trabajo y lo doy para que lo hagan'".
Aunque me iba muy bien, el primer año me resultó tan difícil que estuve a punto de volverme. Pero conocí a Nicola Torello, quien tenía una sastrería en la calle Darregueira, y me llevó a trabajar con él. Una parte del sueldo se la mandaba a mi mamá, Concepción, porque papá ya estaba muy afectado por una parálisis".
--¿Me da el ferro? --pidió Leonardo en su primer día como empleado de Torello. --Acá se llama plancha --le contestó Lucía Iantosca, una atractiva italianita. Leonardo la esperaba en una esquina, pero Lucía tomaba otro camino. El asegura que se escapaba porque no quería que el padre se enterara. Hasta que un día le dijo que si verdaderamente la quería, le pidiera, como correspondía por entonces, su mano a la familia. Y así fue. El 16 de mayo de 1959 se casaron en la Parroquia Nuestra Señora del Rosario de Pompeya. "Formar una familia ayudó para mi adaptación en la Argentina, más aún cuando llegaron mis hijos Silvana, hoy de 47 años; Antonieta, de 44, y Fabián, de 40".
Tras un breve paréntesis en el taller de Torello, regresó para enseñar el oficio de sastre. Los años ya lo habían convertido en maestro.
Leonardo recuerda con especial gratitud a Camilo Torello. "Me quiso mucho y me daba consejos", señala. También se expresa cariñosamente de Nicola, Francisco y Adamo, los hijos que integraban la sastrería Torello Hnos. "Era una familia muy unida. Cuando yo empecé, fuimos cuatro empleados y con el tiempo llegamos a ser más de 170".
Tras un breve paréntesis en el taller de Torello, regresó para enseñar el oficio de sastre. Los años ya lo habían convertido en maestro.
* * *
--Si quieren ver de vuelta a su papá, vengan ahora --avisó Concepción desde Italia. Corría 1964 y Leonardo no dudó en regresar. Se encontró con un Bartolomeo muy quebrado.
"Estaba en la cama, sin sentido. Su última imagen fue muy triste". En poco tiempo su padre falleció y un año y medio después, su mamá. Tan lejos de su casa natal, Leonardo encontró los motivos para seguir adelante, aferrado a sus afectos y a su oficio, el que continúa desarrollando como supervisor en el lugar que, como siempre dice, le dio la oportunidad de crecer y perfeccionarse.
"Nunca me faltó nada, pero he trabajado muchísimo y también le estoy muy agradecido a este país, que ya es mío".

Lorena Mighera Diario La nueva Provincia - domingo 2 de Septiembre de 2007